En el Castillo
Un castillo era un pueblo. Además del señor y su familia, los criados y los soldados, había un grupo de artesanos que se ocupaba del mantenimiento de las murallas y las armas. La comida se obtenía en las aldeas de los alrededores o en los huertos y corrales del castillo.
La vida era monótona y con pocas comodidades: la comida era muy precaria, especialmente cuando el castillo estaba siendo asediado. Las camas que eran de la nobleza eran un simple armazón de madera con paja. En tiempos de paz, los caballeros se entrenaban combatiendo en torneos y se entretenían cazando, criando halcones y celebrando banquetes.
La cocina solía estar en un edificio aislado (en los patios del castillo) para no provocar incendios.
Los nobles pudientes y los mercaderes acaudalados podían permitirse una gran variedad de comida, incluyendo los frutos secos, las almendras y las especias asiáticas, productos muy caros
Las ventanas eran pequeñas y sin vidrios, las que se tapaban con cortinas.
En la torre del homenaje, donde están los aposentos, no había dormitorios individuales, por ende, el señor feudal compartía su dormitorio con sus siervos y perros.
Las mujeres normalmente permanecían en el castillo organizando tareas domésticas, cuidando de los hijos o cosiendo y bordando. Algunas, más refinadas, se entretenían con la lectura o con la música.
En el Monasterio
Los monjes se levantaban muy temprano, antes de amanecer y, se preparaban para la primera oración del día, las Vigilias. Se leían y cantaban ciertas partes de la Biblia y otros cantos, escritos en latín, la lengua oficial de la Iglesia. Estos son los famosos cantos gregorianos que aún se siguen realizando en algunos monasterios, como el de Silos, en Burgos.
Tras ello los monjes se aseaban en las letrinas que tenían muchos monasterios (con agua del río cercano) y se volvía a la iglesia, pues apenas una hora después de Vígilias, empezaban los Laudes (una nueva oración).
Comenzaba entonces realmente el día, con una hora y media para el trabajo, volviéndose a rezar hora y media después.
Hasta la una de la tarde, los monjes se ocupaban entonces del propio huerto (que servía para su autoconsumo) o se encerraban en el scriptorium o biblioteca, lleno de atriles.
En esta habitación se copiaban libros prestados por otros monasterios. Se hacía sobre pergamino (piel de cordero), utilizando distintos colores de tinta en las que se mojaban plumas de ave. El trabajo era minucioso y lento, pues no debían equivocarse y se copiaban también (o se creaban otros nuevos) los dibujos oiluminaciones que correspondían al texto. Todavía conservamos muchos de estos libros, aunque su exposición es complicada, pues deben ser iluminados con luz tenue para que no se vayan estropeando los colores. Los monjes volvían a reunirse para rezar junto en la hora Sexta (en torno a la 13.20), tras la cual iban a comer. La comida también era común, en una habitación llamada refectorio. En ella se colocaban largas mesas en donde los monjes lo hacían en completo silencio, pues uno de ellos (por turno) leía desde el púlpito la Regla o la Biblia.
El menú era bastante monótono, aunque sano. Normalmente se comían verduras y hortalizas cocidas en una gran olla y aderezadas con un trozo de tocino o manteca. Se les daba también a los monjes un trozo de pan y un cuartillo de vino. La carne se reservaba para los domingos y celebraciones especiales, al igual que el pescado (algunos monasterios llegaron a tener sus propias albercas en donde se criaban peces).
Evidentemente los monjes no se echaban la siesta, sino que volvían de nuevo a rezar conjuntamente en la hora Nona (sobre las tres), para después seguir con su trabajo encomendado.
Antes de la nueva oración se reunía toda la comunidad en la llamada Sala Capitular, leyéndose en ella un capítulo de la Regla de San Benito. En esta reunión el abad (aquel que gobernaba el monasterio) informaba sobre cuestiones cotidianas, se hacían confesiones públicas de los pecados y se castigaba a los monjes que hubieses cometido alguna falta (faltar a algún rezo, hablar durante la comida, discutir con un hermano…)
Tras un rato de tiempo libre en el que los monjes podían charlar, pasear por el claustro, rezar particularmente…, de nuevo a la iglesia para oficiar las Vísperas (19 h), cenar (20 h) y, antes de dormir, volver al rezo en la ceremonia llamada Completas, en la que se pedía protección a Dios ante los peligros de la noche.
Los monjes se retiraban entonces al dormitorio, que tanto en Cluny como Císter era común (sólo el abad tenía su dormitorio y despacho propio) en donde las camas estaban colocadas en largas filas. Si existían dos pisos, este dormitorio se colocaba sobre la cocina (y en el lado sur del claustro) para combatir el frío.
En una casa campesina
Con arreglo a las leyes medievales, un campesino no era dueño de sí mismo. Todo, incluida la tierra que trabajaba, sus animales, su casa, y hasta su comida, pertenecía al señor del feudo.
Conocidos como siervos de la gleba, los campesinos estaban obligados a trabajar para su señor, que les concedía a cambio una parcela de tierra para cultivo propio.
Su vida estaba llena de penalidades. Muchos se afanaban para producir alimentos suficientes para sus familias y para cumplir con su señor. Les estaba prohibido marcharse del feudo sin permiso, y para un campesino, la única manera de obtener la libertad era ahorrar el dinero necesario para comprar un lote de tierras, o casándose con una persona libre.Así pues estaban ligados a la tierra.
En la Europa medieval, más del 90% de la población vivía del campo y trabajaba la tierra. La labranza y cría del ganado era un trabajo que absorbía toda la jornada, porque los métodos eran anticuados y no muy eficaces.
Cavaban y cosechaban sus parcelas propias, pero también ayudaban en los grandes cultivos: para arar campos y segar y recoger el heno. Una cosecha mala era una amenaza de hambre para toda la aldea.
Las casas medievales eran muy diferentes de las actuales. Los campesinos pasaban la mayor parte del día fuera, por lo que las corrientes de aire y la escasa luz de las ventanas sin cristales no les molestaban. Para alumbrarse, pelaban un junco y lo mojaban en manteca, y eso ardía como una vela. Todo se mantenía lo más limpio posible: los suelos de tierra se solían desgastar a fuerza de barrerlos.
La vida doméstica era mucho más en común que la actual, ya que las familias enteras comían, dormían y pasaban su tiempo libre juntas en su hogar de uno o dos cuartos.
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